Esta frase que podría ser de lo menos romántica y que nos haría sentir mal o menos viniendo del ser amado, resulta que es el amor de veras, el de diario, así cómo vamos gastando los zapatos, los tennis o las chanclas que más nos acomodan y que cuando no los traemos puestos, sólo pensamos en llegar a casa para quitarnos los incómodos (pero bellos y elegantes) zapatos que nos sacan llagas, que aprietan, que son duros e inflexibles y ponernos nuestros cómodos y queridos "zapatos viejos". No importa que estén desgastados, con hoyos, que se vean feos...a quién le importa si los usamos en casa cuando queremos estar cómodos; cuando somos nosotros mismos. !Y qué desgracia si nuestros zapatos viejos se rompen!; no lo podemos aceptar: pensamos en todas las posibilidades para seguir usándolos. No nos resignamos; los guardamos hasta que tenemos que aceptar que ya han dado toda su vida por nosotros. !Y cómo cuesta reemplazarlos! Lo mismo me sucedió con mis anteojos. Fui a sacar nueva l